Villanueva, donde la historia conversa con el paisaje

En el sur de Zacatecas, oculto entre laderas y tierras de historia antigua, Villanueva se presenta como un remanso de calma y autenticidad. Con un pasado que se remonta al siglo XVII, este pueblo ha sabido conservar no sólo su estructura urbana tradicional y su arquitectura religiosa, sino también la memoria de sus ancestros, las prácticas de su pueblo y la esencia de su territorio. Fundado el 4 de febrero de 1692 con el nombre de Villagutierre del Águila, en honor al presidente de la Real Audiencia de Guadalajara, y al alcalde mayor de Juchipila, este poblado pasó por varios nombres antes de consolidarse simplemente como Villanueva.

El visitante que llega a Villanueva no tarda en percibir que este lugar tiene una relación íntima con la espiritualidad. Su Parroquia de San Judas Tadeo, imponente y solemne, se alza como símbolo de fe. Es el sitio más antiguo en América dedicado a la predicación del culto a este santo, y se convierte cada 28 de octubre en el punto de encuentro de miles de fieles que acuden en procesión. Frente a ella, un parque de diseño clásico con áreas verdes, palmeras erguidas y un quiosco de hierro con escalinatas laterales, parece conjugar en un solo espacio la vida cotidiana con la devoción colectiva. La parroquia, de gran tamaño, guarda en su interior retablos dorados y una atmósfera que oscila entre lo místico y lo artístico.

A pesar de su modesta escala, Villanueva es un pueblo vivo, lleno de contrastes. En las panaderías se hornea todavía el pan de pulque y las crujientes huicholas, panes típicos hechos con harina de trigo, azúcar y miel. Las calles huelen a birria los domingos, a menudo acompañada con un buen vaso de pulque fresco. En los portales se sirven raspanieves con jarabes naturales, tamalitos envueltos en hojas, tortas rebosantes y tazones de menudo que reconfortan al cuerpo y al alma.

Pero Villanueva no se limita al presente: su suelo guarda una de las zonas arqueológicas más significativas del centro-norte del país: La Quemada. Este asentamiento prehispánico es un sitio de misterio y grandeza. En su momento de esplendor fue una metrópolis regional que concentró poder, simbolismo y actividad ceremonial. La leyenda lo conecta con el mítico Chicomostoc, el “Lugar de las Siete Cuevas”, una referencia simbólica que aparece en los códices nahuas como uno de los orígenes de los pueblos mexicas. Aunque esta teoría no se ha confirmado arqueológicamente, sí es un hecho que La Quemada fue un centro de gran importancia.

En la visita a esta zona se pueden observar estructuras impresionantes: un gran salón de columnas, una pirámide votiva y una cancha de juego de pelota, además de terrazas que muestran la complejidad del urbanismo prehispánico en esta región. Estudios recientes indican que la ciudad sufrió un gran incendio antes de su abandono, pero aún no se ha podido precisar la causa. La experiencia de caminar entre sus ruinas es como recorrer las páginas perdidas de un códice aún por descifrar. Para estos recorridos, donde el clima y la duración del trayecto requieren estar bien preparado, una mochila multiusos resulta indispensable. Cómoda, espaciosa y funcional, permite llevar desde botellas de agua, bloqueador solar, sombrero, cuaderno de notas y hasta una cámara fotográfica para registrar la riqueza visual del lugar.

Villanueva también tiene un vínculo especial con la historia reciente. En este municipio se encuentra el rancho donde creció Antonio Aguilar, el “Charro de México”. Aunque el sitio es propiedad privada, durante las ferias de Tayahua se organizan cabalgatas que recorren parte del trayecto entre el pueblo y el rancho, evocando la figura del cantante, actor y defensor de la charrería mexicana. Murales con su imagen adornan varias fachadas, recordando que esta tierra ha sido semillero de talento, identidad y resistencia cultural.

Si se busca una experiencia más relajante, Villanueva también ofrece exhaciendas restauradas que ahora funcionan como hoteles, spas y centros de bienestar. Algunas cuentan con aguas termales, temazcal tradicional y jardines amplios, ideales para conectarse con la naturaleza en un ambiente de paz absoluta. Estos espacios combinan lo rústico y lo sofisticado, dando lugar a estancias memorables que complementan la experiencia cultural y espiritual del viaje.

Villanueva no es un lugar para pasar de largo. Es un punto donde el pasado remoto y reciente se cruzan con la vida diaria. Es un destino que no sólo se recorre con los pies, sino también con la imaginación, el corazón y la curiosidad. Su zona arqueológica, su fervor religioso, sus tradiciones culinarias y su hospitalidad forman un conjunto que difícilmente puede resumirse con palabras.

Recorrer Villanueva es, en muchos sentidos, emprender un viaje al centro de México y también al centro de uno mismo. Y como todo viaje que deja huella, requiere estar preparado. Llevar el equipaje adecuado —como una buena mochila versátil— permite abrazar esta experiencia sin limitaciones, con todo lo que se necesita a la mano para descubrir cada rincón con profundidad y libertad.

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